Sin embargo, el avión despegó hace mucho y el reloj ya ha corrido demasiado desde la última vez que nuestras manos se abrazaron, tan ansiosas por capturar en las del otro roces con sabor a aquí y ahora. El tiempo ya ha volado bastante desde aquel punto en el que nos robábamos besos a escondidas del destino y nos abrazábamos como si la amenaza de una despedida no existiera, como si fuera tu pecho el único lugar donde me pudiera perder, como se pierden las miradas de los enamorados tristes en el infinito del mar. Nos sobraron días para marcarnos, nos faltaron para seguir queriéndonos.
Pero existen "adiós" que son inevitables, por mucho que nos obliguemos a callar, a intentar no pronunciarlo para no hacerlo realidad. Contigo aprendí a pronunciar un adiós mientras te digo "te quiero" con los ojos.

La realidad me golpea la cara cada vez que te extraño y alguna que otra lágrima se desliza, de vez en cuando, entre la rabia de no ganar nunca esta guerra contra este azar impuesto desde que nacimos. Ya sólo me queda la brisa que desmelena estos sentimientos y se los lleva para acariciarte la espalda.
Y a pesar de que ya no seamos los mismo, aunque tengamos más cicatrices de guerra y unos rasgos más marcados por la madurez del paso de los años, aunque hayamos navegado en otras pieles y hayamos querido otros labios, aunque el paso de las experiencias hayan hecho mella en nuestra sonrisa y nuestra mirada ya no sea tan ingenua. A pesar de que ya nos hayamos convertido en un recuerdo tan lejano, un efímero sueño, un suspiro. Sé que nos sellamos tan bien que a pesar de todo y de todos, algo de mí se quedó en ti, algo de ti se quedó en mí.