jueves, 8 de junio de 2017

El sol y la luna.

Eso de que el día y la noche son imanes que nunca se tocan es mentira. Ellos hacen el amor en cada atardecer.

Es el sol ardiente y calmado el que tras su larga jornada toma con caricia suave a la emotiva y alegre luna. No hay libido más dulce que el que se desata en el roce de los labios de una antítesis. No hay acercamiento tan próximamente lejano que no se anhele más que el de dos cuerpos con ansias de tenerse.

Siempre,en cada atardecer, se colman de caricias ligeras que disfrutan cada milímetro que rozan y con los ojos cerrados y los sentidos despiertos se recorren con mimo delicado. Se enredan con anhelo pausado gozando cada recta, cada curva, cada espacio y cada lugar como si ya no volvieran a verse más. Fuego sosegado que tiñe cada palmo con cada paso de las yemas de los dedos en la superficie del otro. Poco a poco se desvisten con amor lento y el ardor recorre a través de sus labios cada centímetro como si quisieran memorizarlos.

Con cada beso se difumina cada vez más todo lo que les rodea, como si ya nada más existiera y como si ya nada importara. Pasión estelar que les lleva al mejor respiro, al mejor refugio, al mejor oasis.

Cada vez se pierden más el uno en el otro, aunque más que perderse, se encuentran con deseo imparable. Pecado anhelado que repetirían mil y una veces. Cada vez se degrada un poco más la diferencia entre el brillo del día y la oscuridad de la noche, ¿quién iba a decir que durante un momento son uno y no dos?

Y cada vez da más igual todo porque el sol hace suya a la luna y la luna hace suyo al sol. Crean  colores con sus manos y su mejor lienzo es la piel del otro, destiñendo todo el cielo con cada vuelta de pasión, crean colores con cada suspiro, con cada gemido, con cada grito de amor. Se vacían de lo peor y se llenan de lo mejor. Triunfo momentáneo que pueden disfrutar una vez al día y que les hace más bien que todo lo bueno junto mientras pintan el cielo con el sabor de la gloria.
Si es que cuando se fusionan todo se ve más bonito, todo se emociona, todo se apasiona. Frenesí tierno que conmueve a toda alma que contemple su resultado.

Tengo que decirte que cuando te conocí, el momento mejoró levemente y todo parecía un poco menos oscuro. Cuando te veo me siento más contenta, más animada y con más ganas de todo, de recorrer hasta las esquinas de cada ciudad, de buscar risa hasta en las cosas que no tienen sentido y de coleccionar momentos en una memoria con espacios en blancos reservados para nosotros. Ganas de vivir más intensamente cada instante, de cometer locuras por muy pequeñas que sean, de conocer cosas, sitios y experiencias nuevas, de experimentar, de sentir y de que pase todo lo que tenga que pasar.  No solo me trasmites confianza, sino también la sensación de que vales la pena, o más bien, que vales cada sonrisa, cada momento y cada segundo.

Por mi parte, debería contarte que a mí, si me dejan, sí estoy en las buenas, pero, sobre todo, me gusta estar en las malas. Cuando todo se ve negro y se necesita un poco de calor, un aliento, un apoyo, un "estoy aquí y no te dejaré solo". Da igual lo densa que puede ser la niebla, la incertidumbre, el dolor o la angustia, yo seguiré ahí. Porque yo no soy de las que se van, sino de las que se quedan, porque no me da miedo la oscuridad desde que sé que no hay nada que salve más que los abrazos y siempre los doy fuertes y largos cuando se necesitan y, a veces, cuando no, también.

Quiero decir, querido sol, ¿te gustaría que yo fuera tu luna?