Después
de 30 días y 100 noches pensándote, después de vivir sin ti tras conocer lo que
era vivir contigo. Después de desahogarme por dentro, llorar y de buscarme sin
encontrarme del todo…
Ahora
vuelvo a escribir de mí, de ti y de todo lo que ya no siento sin ti. Porque
desde que decidiste coger la puerta de mi vida e irte, o, mejor dicho, desde
que me cerraste la tuya, trillándome un poco el alma. Desde que ya no estás
aquí. Desde que te fuiste, ya no siento la ilusión recorriéndome todo el
cuerpo, cada centímetro, cada poro, cada sensación que despertabas en mí. Ya no
hay electricidad que me mueva, ni combustible dulce que me impulse hacia
anocheceres en un mirador cualquiera. Ya no miro las estrellas y, mucho menos,
se me apetece que alguien me lleve hasta ellas. Ya no me mueve ningún beso, ni
siquiera el simple hecho de contarle a alguien mi día con tantas ganas. Ya no
quiero mirar el móvil, ni los mensajes, porque hay muchas personas que me
hablan, pero ninguna tiene tu nombre.
Desde
que te fuiste, ya no sonrío tontamente en cualquier momento bobo del día, como
si no tuviera una razón, cuando en realidad eras tú pasándote por mi mente. Ya
no siento la promesa de un hoy lleno de bromas y risas que solo nosotros
entendíamos, de meme arriba y tontería abajo. Cuando cierro los ojos, ya no
sueño con esperanzas, solo vuelvo a la noche en la que nos conocimos una y otra
vez. Ahora no me ilusiono, ni acaricio lenta y cariñosamente, ni siquiera he
vuelto a abrazar con todo mi corazón tan fuertemente, porque yo, que a veces me
siento tan pequeña, encontraba refugio entre tus brazos. Ya no me puedo olvidar
del mundo entero sin ti. Mi alma ya no siente que vuela y ni te imaginas lo que
echo de menos tocar el cielo agarrada de tu mano. Ahora las nubes de mis días
grises me acompañan siempre y me llenan de un vacío con sabor a sin ti.
No
solo te llevaste todo aquello que se encuentra en esa carpeta llamada
‘nosotros’, también te llevaste una muy pequeña parte de mí. Se quedó contigo.
Quizás es una bonita manera de sentir que nunca te abandonaré, aunque llegará
un día en el que yo no seré la misma y la ausencia de esa pequeña pieza no será
un espeso vacío. Ya no hay emociones que revolotean en mi interior, ya no me va
el corazón a mil por hora, ni me brillan los ojos con la voz de nadie. Ahora no
hay nadie que recorra estas curvas que aún reclaman tus manos, ni nadie que me
mire como solo tú lo has hecho, como si solo con la mirada me besaras, como si
no hubiera nada más en este mundo. Adicta a esa mirada, a esa sensación, su
abstinencia pesa. Dueles.
Ahora
solo me eriza el frío y me da calor por las noches las mantas en medio de la
soledad de mi pequeña cama, tan grande, tan vacía últimamente…Pero cómo
explicarte que hay tantas cosas que solo quiero contigo y otras muchas que ya
no quiero sin ti…Si te escribiera una carta cada vez que me acuerdo de ti, que
te quiero contar algo, que te echo de menos, nadaría entre papeles por las
noches y me sumergiría con la compañía de mis marinas lágrimas. Porque no hay
herida, ni cicatriz, solo una infinita y dolorosa decepción.
Así
que, aquí estoy, hablándole a tu fantasma, porque me mira cada noche
mostrándome cada recuerdo. En ocasiones he huido, pero, a veces, recaigo. Es
hora de que me enfrente. Tengo el corazón en un puño y es él el que escribe,
describe y te añora. Sin ti siento constantemente que me falta algo. Una /t/
fuerte, esbelta, con estilo. Una /ú/ intensa, llena de alegría y arte. Algo
como casi todas las cosas que hubiéramos vivido juntos y que se han vivido en
un mundo paralelo donde estas piedras del casi no me ahogan cuando suenan. Algo
tan grande como el lugar donde habitan todas las luces naturales del universo,
como todo lo que he llegado a sentir por ti y todo lo que un día fuimos. Algo
tan pequeño como una gota, un vaso de tequila y nuestra canción.
En
fin, amor ya no mío, te quiero menos que ayer pero más que mañana. Hasta la
próxima noche.
No hay comentarios:
Publicar un comentario