Si es que todo lo bueno llega en el momento más inesperado. Y cómo no, el día que llegaste, me encontraste como cualquiera que me ve todos los días, hecha una locura andante, con unas gafas más grandes que mis ojos y una sonrisa como único accesorio.
Aún no entiendo cómo pude tener tanta suerte el día que llegaste, como para que algo se activara entre nosotros. Bendita esa conexión inesperada y benditos tus ojos que me atraparon desde la primera vez que me topé con ellos. Benditas las bromas que vinieron después y las llamadas con sabor a déjate querer. Benditos los encuentros casuales, y los no tan casuales, y bendita esta amistad que adora las sumas, la cual se empeñó en llevarnos hacia el más. Este más que ahora no cambio por nada y espero que nunca se convierta en resta.
Ahora sigo siendo la misma desordenada y el mismo desastre de siempre. Pero no sé cómo lo hiciste que esta rutina contigo dentro, me encanta, que tu risa es el brillo de mis ojos y tus besos, el calor de mis mejillas. Uno de mis hobbies preferidos es buscarte las cosquillas y, en mis tiempos libres, me gusta cerrar los ojos y pensar en ti, porque cuando lo hago, sonrío, sonrío muy fuerte, y comienzo a desear tenerte aquí para darte todos esos besos que te tengo guardados. Es verte y querer volverte loco, devorarte a besos, convertirme en el mareo del que nunca te quieras librar, de ese que te escucha cuando necesitas desahogarte, de ese que sientes que está cuando nadie más está.

Pero, sobre todo, decirte que te quiero. Te quiero para todo, por todo y con todo. Te quiero de manera inmensamente ilimitada. Te quiero como sólo un `te quiero`puede querer.