Y a la fiesta del recuerdo comienzan a unirse todo aquello que nos decíamos, los gestos que sólo entendíamos nosotros, esos silencios que llenaban los huecos de nuestras sonrisas cuando nos mirábamos sin tapujos, sin rodeos, en mitad de la intimidad, cara a cara, frente a frente, mirada a mirada... Labios a labios.
Poco a poco comienza a invadirme la alegría que me producía tener entre mis manos tu confianza, saber de ti, de lo que te aliviaba la rutina, lo que le inquietaba a tu conciencia, de la ironía de tus días y de cómo te pesaban algunas cosas al final. Sonrío, sin ser consciente, al autoproyectarme, una vez más, la manera en la que me buscabas con y sin motivos, a cada tantas horas , cuando sabías que a tu voz la tranquilizaba la mía. Zarandeo la cabeza intentando regresar de este pequeño viaje en el tiempo y cada vez apresuro más mi andar, pero me alcanzan las instantáneas ocultas en el cajón de mi memoria, que hablan de los paseos con destino hasta donde lleguemos con tal de aún no soltar tu mano, los besos escondidos detrás de ciertas esquinas improvistas, el temblor de mi cuerpo ante el contacto de tus yemas...
Se me endulza la vista al volver a ver de forma tan clara el brillo de nuestros ojos cuando reíamos como si a nuestro alrededor, la gente con prisa en sus relojes, las tiendas en movimiento, los bancos llenos... Todo, sólo fuera mera decoración. Y me llenan el cuerpo estas jodidas ganas de tener tu nombre en mi móvil, mis brazos rodeando tu espalda, tu cabeza apoyada sobre la mía, los roces con promesas de ser correspondidos, estas ganas tan insanas de tenerte... Durante unos segundos vuelvo a sentir cuanto te quería y un rayo de hielo me atraviesa. Helada, palpo el presente como si se acabara en mi cuerpo el efecto de la morfina tras un grave golpe. Me sacude, me golpea, me derrota y vuelvo a caer, a añorarte, a extrañarte... A mimar estos recuerdos que ya sólo viven en mí de la misma manera con la que quiere un adicto reincidente su droga.
Pasan innumerables bocanadas de minutos llenos de un anhelo, de una nostalgia, que se va disipando lentamente. Camina y camina el tiempo. Finalmente, consigo alejarme de esta necesidad de mi pecho de ti, me levanto, me olvido, piso fuerte hacia delante y entonces, siento que ha pasado un siglo desde la última vez que te extrañé...